martes, 25 de enero de 2011

OLVIDO


Medio día.
En las afueras del pueblo.
Camino de tierra, viento, polvo… caminante.
Andar cansino, casi arrastrando los pies, se acerca con los cabellos largos, descuidados, sucios, rostro cetrino, enjuto de no sonreír, mirada de piedra, preñada de despedidas… escasas y lejanas bienvenidas.
Nos cruzamos.
- ¡Buenas!
No contestó mi saludo, sólo un leve movimiento de cabeza.
Quise satisfacer mi curiosidad, hablarle, preguntarle algo, pero no me atreví, temí que me contagiara su soledad.
Sólo a él ladraban los perros, como si olfatearan su melancolía.
Entonces decidí imaginarme su pasado ¿qué había ocurrido con él para llegar así, a este presente? ¿Algún desengaño amoroso? ¿Un abandono? ¿Alguna pérdida irreparable? Cualquier historia era válida.
Caminamos en direcciones opuestas, yo hacia la quinta, él… vaya a saber adónde.
La rutina no me alcanzó para olvidarme de ese semblante y esa mirada.
Por momentos creía que su figura había desaparecido de mi mente, pero recurrentemente volvía.
Me ocupé de mis cosas con más ahínco que de costumbre, pero ni así logré olvidar. Cada vez lo tenía más presente.
Se me ocurrió pensar que ya no estaría mas solo, lo acompañaría mi recuerdo.
Duele más el olvido que la soledad, decía mi abuelo.
Nunca estuve solo, ni olvidado… ¿nunca?
En la medida en que mi curiosidad cedía terreno, el miedo lo iba invadiendo.
¿Miedo a qué? Me pregunté, una y otra vez sin hallar respuesta.
Me sentí encerrado en un laberinto sin encontrar la salida.
Esa noche, antes de acostarme, el espejo me devolvió una imagen que no era la mía, era ese hombre, con su figura fantasmal, su misma cara, su misma pétrea mirada, quise huir y no pude.
- ¡¿Qué quieres de mí?! - Le grité.
- ¡Quiero que me olvides!... ¡Necesito continuar solo!



Roberto O. Munyau
HECHO EL DEPÓSITO QUE INDICA LA LEY 11.723

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