Cuando llegó a la adultez se dio cuenta de que su virginidad no había sido voluntaria, sino el precio de infinitos fracasos amorosos. Roberto O. Munyau
domingo, 28 de agosto de 2011
DAMA ANTIGUA
Cuando llegó a la adultez se dio cuenta de que su virginidad no había sido voluntaria, sino el precio de infinitos fracasos amorosos. 
domingo, 21 de agosto de 2011
LA LEYENDA DEL MANSO
Sucedió en un pequeño pueblo rural, del interior de la provincia de Buenos Aires, sojero para más datos, donde ocurrió esta historia.El dueño de una pequeña estancia cercana al poblado, se dedicaba a la cría de ganado. Tenía un plantel de cincuenta vacas y dos toros sementales repartidos mitad y mitad en sendos potreros. En un remate de hacienda llevado a cabo en un campo vecino, compró otro semental más joven, alojándolo junto a veinticinco vacas. Esperó un tiempo prudencial para que el animal se adaptara al nuevo hábitat, pero notó con preocupación que no le atraían demasiado las hembras, aunque sí miraba con insistencia a los machos que se encontraban en los otros corrales. Comenzó a llamarlo “el Manso”, ya que no se espantaba cuando los peones se arrimaban para incentivarlo y así lograr el servicio tan deseado. Después de varios intentos infructuosos y viendo que las desviaciones sexuales del torito eran incorregibles, don Remigio, que así se llamaba el dueño de la estancia, consultó la página www.quehacerconuntoroputo.com tomando una decisión trágica para el Manso. Lo embarcaría en un camión jaula junto a otros animales, para enviarlo al frigorífico del pueblo.
Fue una noche tormentosa que se escuchó en toda la comarca un mugido lastimero pero estremecedor, era el Manso que sucumbía ante el mazazo despiadado del matarife.
Cuentan que a partir de entonces, en las tormentas nocturnas, se oía el bramido conmovedor del Manso, como buscando ese amor imposible que en vida le fuera esquivo.
Así ocurrió durante varios años, hasta que un buen día apareció el Rosalindo. Era un criollito joven que se conchabó en el establecimiento de don Remigio. De estatura mediana, cabello lacio, largo, dicen que se lo planchaba, bombacha bataraza ceñida al cuerpo, camisa rosa y alpargatas al tono con una flor de trébol amarilla bordada en el empeine.
¡Nunca más se escucharon los mugidos del Manso!
Roberto O. Munyau
viernes, 12 de agosto de 2011
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