martes, 25 de enero de 2011

EL COJO


            Unos meses antes de morir, mi padre estuvo internado en lo que, en aquella época era el Hospital Ferroviario. La sala donde él se encontraba era compartida por cinco enfermos más. No recuerdo sus nombres, lo que sí guardo en mi memoria son sus apodos.
Allí se encontraban: el Infartado, que era mi padre, el Cojo, a quién le habían amputado la pierna izquierda hasta la rodilla por problemas de diabetes, el Asmático, Divertículo, Próstata y Bacteria.
En mi afán de economizar papel y tinta, y por obvios, voy a omitir los motivos de cada sobrenombre.
Teresita era la enfermera que atendía la sala en el horario de la tarde.
Mi padre y el Asmático cumplían funciones específicas asignadas por los otros enfermos. El era el encargado de repartir entre los demás, las revistas o libros que yo le llevaba diariamente.
El Asmático, era el único autorizado a salir del hospital cuando no se encontraba en crisis, por lo que lo hicieron responsable de jugar a la quiniela en nombre de ellos.
En una de mis visitas mi padre me encargó que al día siguiente le llevara la revista “Humor”, que en aquellos tiempos estaba de moda por tratar temas de actualidad política y por sus chistes.
Al día siguiente, cuando me faltaban dos cuadras para llegar al hospital, me di cuenta de que me había olvidado de su encargue. Llegué hasta el quiosco más cercano pero ya se había agotado, por lo que decidí comprar la revista “Sexhumor” suponiendo que por tratarse de la misma editorial, su contenido sería de un tono bastante picante, pero no pornográfico.
¡Craso error!
-¡Che, Cojo! Mirá lo que me trajeron- Dijo mi padre arrojando la revista hacia su cama. 
El rostro del Cojo se iba transfigurando.
-¡Teresita!- Gritó sin levantar sus ojos de la revista- ¡¿Porqué no me ponés el papagayo?!

Roberto O. Munyau
HECHO EL DEPÓSITO QUE INDICA LA LEY 11.723

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