martes, 25 de enero de 2011

MATHILDA

Murió la mamá de Mathilda.
Un infarto la sorprendió. Recién había cumplido los treinta y cinco.
Cuando Julieta llegó al velatorio, notó en el rostro de su sobrina, que la soledad le había inundado el alma. Quedaba huérfana, con sus once años a cuestas. Amaba a su madre, pero en realidad le pesaba más el desamparo, que la pérdida repentina. De sus ojos negros, opacos, no había salido una sola lágrima, pero su mirada fija en el ataúd delataba una enorme tristeza. El murmullo que invadía la sala velatoria no alcanzaba para despejar su mente, que se había convertido en un torbellino de recuerdos. Evocaba su infancia, los amigos, los juegos, la escuela, el polichinela de peluche que la acompañaba en sus sueños… todo le parecía lejano. Estaba confundida. El dolor la  asediaba. Sentía miedo.
- ¡Mathilda! - La voz de su tía la sobresaltó.
- ¿Qué?
- Cuando esto termine vas a venir conmigo a Río Gallegos, al menos hasta que se regularice la nueva situación. ¿Sí?
- Bueno. - Respondió con desgana.
- Y de paso vas a conocer a tu prima y tocaya que tiene tu misma edad. Juntas lo van a pasar bien. ¡Ya vas a ver!

Cuatro días después, tomaron el ómnibus hacia el nuevo destino.
Apoyó la frente en el vidrio de la ventanilla y al ver los últimos caseríos, pensó que nunca más volvería a su Mar del Plata natal.

- ¡Mathy! ¿Me dejás que te llame así? - Exclamó su prima al verla bajar del micro.
- Sí.- Respondió haciendo un esfuerzo por sonreír.
- Es para que no nos confundan. ¿Viste? Ahora, en casa te voy a mostrar todos mis juguetes… además, quiero que conozcas a mis amigos. - Dijo, a modo de consuelo.
Ni Mathilda, ni los nuevos amigos, ni los juegos, lograron aliviar su tristeza. Se la notaba nerviosa.

- ¡Mathy! levantate, que ya está el desayuno.
- No, tía, no quiero levantarme, me duele mucho la panza.
- ¿Te lo traigo a la cama, querés?
- No, me duele mucho. - Insistió.
- Bueno, voy a llamar al doctor, entonces.

- Mire, doctor, esta nena ha pasado por momentos muy complicados, perdió a la mamá hace menos de una semana. Quedó huérfana. La tuve que traer acá, con nosotros. El desarraigo… en fin. Está depresiva. No quiere jugar, come poco, está muy nerviosa y triste. Y encima seguro que ha comido algo que le ha caído mal… ¡Yo no sé qué vamos a hacer con esta criatura!
- Bueno, si me permite, la voy a revisar.  Déjeme solo con ella, por favor.
- Sí, cómo no.

- Julieta… - dijo el doctor, en un tono casi solemne, al salir de la habitación. - esta personita, ya no es una criatura… ¡es una mujer!


Roberto O. Munyau
HECHO EL DEPÓSITO QUE INDICA LA LEY 11.723

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