viernes, 12 de noviembre de 2010

¡MAR!


-A Cabo Corrientes, por favor- Le indicó al taxista, al ascender cerca del centro.
-¿Baja del lado de la costa o en la vereda de enfrente?
-Del lado de la costa.

Durante el viaje permanecieron en silencio. Inconscientemente volvió a plantearse las mismas dudas que le surgieron en su Rosario natal, cuando le contaban sobre la majestuosidad del mar, infinitamente bello. Esa sensación misteriosa de paz, serenidad y a la vez de temor que produce su cercanía.
¿Será tan así?  Se preguntaba.
Habían pasado apenas dos horas de su arribo a Mar del Plata. El plan era instalarse  en la pensión que le habían recomendado, cerca de plaza Rocha y recién al día siguiente ir a la costa.
Pero su curiosidad pudo más.

            -Ya llegamos- Dijo el taxista.
            -¿Me puede esperar unos minutos, por favor?
 -Si, por supuesto... ¿Le ayudo? 
 -No, gracias, yo me arreglo.

            Cruzó la vereda. Notó la humedad de las piedras ásperas del muro.
             Al girar su rostro hacia el océano, la bruma, empujada por el viento frío del sur, le mojó la cara y las manos. Aspiró profundo para sentir el aroma salobre. El ruido de las olas parecía ensordecerlo. Sólo el graznido de alguna gaviota lejana lo hacía más humano. Cada tanto, escuchaba las voces de la gente que pasaba por el lugar y el sonido que producían los autos en la calle. Pero el rugido del mar siempre se imponía. ¡Era omnipotente!
            -¡Es cierto!-  Exclamó estremecido, como si alguien lo escuchara.
            Tomó nuevamente su bastón blanco y se dirigió hacia el taxi para regresar.

Roberto O. Munyau
HECHO EL DEPÓSITO QUE INDICA LA LEY 11.723

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