lunes, 29 de noviembre de 2010

LA PEPETRONA


                                  Se necesita doméstica, decía el anuncio del diario. 
 Petrona lo leyó con avidez y anotó la dirección. Plena zona norte de Buenos Aires.A la hora indicada, llamó a la puerta de una antigua casona en el barrio de Belgrano.
- Buen día, señor, vengo por el aviso - Dijo con timidez, mirando hacia el suelo. 
-Pase- Invitó él -Tome asiento.
- Gracias - Dijo sin levantar la vista.


El cabello renegrido, la tez oscura, los ojos grandes negros y los labios carnosos de ella, contrastaban con el pelo rubio, la piel blanca, los ojos grises pequeños, escondidos detrás de gruesos lentes y labios finos, que semejaban  una línea tenuemente trazada sobre el rostro de él.
Lo único que tenían en común, era que ambos habían venido del norte. Ella de Villa La Cava, en San Isidro… él de Suecia.
- ¿Cómo es tu nombge? - Preguntó él con su típico acento nórdico.
- Petrona… pero me dicen Pepetrona.
- ¿Y pog qué Pepetgona?
- Porque así me llamaba mi mamá cuando era chica.
- ¿Y pog qué te llamaba así?
- Porque era tartamuda.
- Yo soy Klaus Sbunderberg, pego me llaman Piguincho.
- ¿Y por qué Pirincho? - Preguntó curiosa.
- Pog el guemolino - Respondió, apuntando con el índice derecho a su cabeza.
Recién en ese momento, Petrona levantó la vista para observar el remolino, que ni los más tenaces vientos de la Patagonia habían podido doblegar… y sin querer se cruzaron sus miradas.
Klaus era un antropólogo de renombre. Desde hacía algo más de dos años realizaba trabajos de investigación en el sur del país. De cuerpo menudo, chueco, miope, usaba anteojos con vidrios de un grosor poco común.
- ¡Que laggo el salchicha! - Expresó en una oportunidad, señalando el tren.
Su fortuna no se debía a su profesión, sino a su hobby. Compraba bonos de deuda externa de países subdesarrollados. Era bonista; razón por la cual también le llamaban “El garca”.
Desde ese día Petrona comenzó a trabajar para Klaus. El, viendo la tenacidad y honestidad con que ella realizaba sus quehaceres, la instruyó en el manejo de los bonos, que para ese entonces habían dejado de ser un hobby, para convertirse en un excelente negocio.
Pasó el tiempo, se enamoraron, ella se convirtió en su mano derecha.
- Ahora vengo, Pirincho, voy al supermercado - Dijo Petrona.

Veinte días después, parado enfrente de la caja fuerte vacía, Klaus exclamó:
- ¡Me paguece… que la Pepetgona me cagó!



Roberto O. Munyau
HECHO EL DEPÓSITO QUE INDICA LA LY 11.723

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