martes, 2 de noviembre de 2010

CIENCIA, TECNOLOGÍA Y OCIO

Según el génesis, y los que creen en él, cuando Dios echó del Paraíso a Adán y Eva les dijo: “ganarás el pan con el sudor de tu frente”, por lo que podríamos conjeturar que el trabajo es un castigo.
Cuando el hombre comienza a vivir en sociedad, inmediatamente aparecen dos jerarquías bien diferenciadas: por un lado los poderosos, los que mandan, los dueños de los medios de producción, y por el otro los que son obligados a trabajar, los que producen y obedecen.
 La esclavitud es ejercida por obligación, por los que tienen que resignarse a realizar tareas no deseadas, ingratas, no placenteras; por los oprimidos, los que deben obedecer y trabajar.
Las ciencias y las artes, por el contrario,  se ejercen por vocación, y las practican aquellos que no solamente disponen de tiempo para ejecutarlas sino que tienen la voluntad y sienten el placer de realizarlas.
            Los poderosos siempre tuvieron las mayores posibilidades de vivir dedicando gran parte de su tiempo al ocio,   entendiendo por tal, no a la holgazanería, a la inactividad, al “no hacer”,  sino al filosofar, al pensar en cuestiones trascendentes, al desarrollar actividades placenteras tanto para el cuerpo como para la mente; pero sólo una minoría aprovechó esa circunstancia, pues la mayoría de ellos vivían dedicados a las luchas políticas para mantener su poder o a los negocios (negación del ocio), para mejorar o consolidar su posición económica, sometiendo a las clases inferiores al yugo del esfuerzo físico, del trabajo involuntario, considerándolos, en algunos casos, como los griegos o los romanos, simples herramientas y no seres humanos; cuando Catón el Viejo propuso disminuir las jornadas de trabajo y mejorar la alimentación de los esclavos en  Roma, no lo hizo por razones humanitarias sino para aumentar su rendimiento, nada dijo respecto al hecho de que se los mataba cuando llegaban a la ancianidad, pero sí recomendó que los capataces no los torturaran demasiado para que siempre estuvieran en condiciones de trabajar. Los pocos intentos de rebelión que se produjeron, caso Espartaco, fueron rápidamente sofocados. Lo mismo sucedió cuando, tanto en el Imperio romano como posteriormente en la colonización de América, el esclavo se había convertido en una mercancía cara que había que cuidar. Siempre se privilegiaron las cuestiones económicas por sobre las humanas.
Con el paso del tiempo algunas condiciones de vida de la esclavitud fueron paulatinamente mejorando. Con la aparición del feudalismo en Europa, al esclavo se lo “jerarquizó” llamándolo eufemísticamente con el nombre de “siervo”, que no era ni más ni menos que el mismo esclavo de antes, un poco más instruido. La instrucción que recibieron  se debió a cuestiones  meramente económicas. Los señores feudales eran los dueños del más grande medio de producción de la época, la tierra, y para labrarla con mecanismos un poco menos rudimentarios que los que se utilizaban en épocas anteriores necesitaban siervos (operarios) con ciertos conocimientos técnicos.
Cuando se produce la revolución industrial en el siglo XIX, el esclavo vuelve a cambiar de nombre y se lo llama “obrero o empleado”. Esta vez los medios de producción, debido a su sofisticación, requieren un esclavo sumamente instruido.
En la medida en que el nuevo esclavo va incorporando más  conocimientos, desarrolla su intelecto y comienza a interpretar conceptos que hasta ese momento le habían sido muy fácilmente ocultados y que sólo practicaban sus amos, tales como el de libertad, libre albedrío, ideología, buen gusto, refinamiento, rebeldía, etc. En forma paralela comienzan a aparecer nuevos métodos de sometimiento, muy sutiles y sofisticados pero casi tan crueles como los de épocas remotas, como por ejemplo: mercado, publicidad, consumismo, mensajes subliminales, globalización, desocupación y pobreza. Una de las consecuencias de estos nuevos sistemas de sumisión es la generación de dos categorías: los ocupados y los desocupados. La desocupación que produce la tecnología y muchas veces la mala administración de los países que la padecen, es utilizada como medio de presión para abaratar la mano de obra de los ocupados.
Algunos están convencidos –engañados- que el desarrollo económico produce mayor ocupación; según datos de la O.I.T.  desde 1990 a 2000 en Argentina, la desocupación juvenil (personas de entre 15 y 24 años) creció de 310.000 a 709.000 y en Brasil de 1.039.000 a 2.236.000 (en ambos casos más del 100 %). Sin embargo el PBI por habitante según la CEPAL en el mismo período, en estos países creció el 31,35 % y el 12,13% respectivamente.
En la medida en que las teorías y descubrimientos científicos se fueron aplicando a la tecnología, los medios de producción aumentaron tanto la cantidad de los servicios y productos elaborados como su calidad.
La transferencia de los nuevos conocimientos en el campo de la ciencia hacia la tecnología, y por ende hacia la industria,  se producen en forma sumamente veloz. Así como se han acortado los tiempos históricos también se redujeron enormemente los tiempos científico-tecnológicos. Basta recordar que desde Pitágoras, Tales, Galileo, Newton, y muchos otros,  a la era industrial pasaron siglos;  en cambio desde Marconi hasta el desarrollo masivo de las telecomunicaciones apenas pasaron un par de décadas, lo mismo sucedió en el campo de la energía nuclear y ni hablar de la medicina, la informática, la robótica, etc.
No siempre el desarrollo tecnológico se ha orientado hacia el bienestar del hombre, sino más bien hacia su destrucción; no en vano la industria bélica se ha convertido en el más brillante negocio de las potencias mundiales, que siniestramente inventan guerras contra países pobres para robarles su petróleo matando miles de niños, mujeres y ancianos -¿efectos colaterales?-, bombardeándolos primero, robándoles luego y más tarde reconstruyéndolos a través de contratos multimillonarios que ejecutan sus propias empresas multinacionales, completando así este círculo monstruoso, dando por lavada su conciencia y cerrando genialmente sus cuentas.
Es imprescindible que los gobernantes del mundo desarrollado tomen conciencia de la devastación que producen tanto por la proliferación de las guerras sin sentido como por la contaminación del medio ambiente, -no es casual que los EE.UU se nieguen sistemáticamente a discutir cualquier tipo de acuerdo que trate sobre el cuidado del medio ambiente, ellos consumen el 25 % del petróleo que se produce en todo el mundo-, obviamente son los mayores contaminadores.
Urge democratizar las instituciones internacionales como el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, donde todos, ricos y pobres participen con voz y voto en las grandes decisiones. Recién cuando los países subdesarrollados dejen de ser los manjares con los que se relamen las superpotencias y se conviertan en comensales del festín, podremos decir que en el mundo reina la verdadera democracia. 
            En forma simultánea es necesario que el hombre común comience a preocuparse muy seriamente por el cuidado del planeta, tan vapuleado por los países mas desarrollados –los mas envenenadores-, cuyos gobernantes parecerían ser al mismo tiempo los más grandes criminales y a la vez suicidas de la historia de la humanidad.
Lograda esta conjunción de acciones podríamos suponer que en un futuro no muy lejano, el hombre, probablemente podrá dejar las tareas más desagradables en manos de robots, y así dedicarse al ocio creador, a las actividades que le resulten más placenteras. Pero para gozar en plenitud de esta nueva forma de vida debemos comenzar por tomar conciencia de los nuevos tiempos que se vienen y prepararnos.
 Debemos empezar a preocuparnos muy seriamente por el cuidado de nuestro planeta. Volver al contacto con la naturaleza, a la vida simple, sin excesos, sin depredar, acostumbrarnos a consumir lo necesario, a cuidar nuestra salud, a “caminar por caminar, no correr porque te corren, poderes, hambre, patrón” como dice el “croto” Pedro Ribeiro, -éste es el imperativo de nuestro tiempo-. Debemos empezar a cambiar individual y colectivamente, no solamente los ocupados y desocupados, también los dueños de los medios de producción, planteándonos como posible esta nueva manera de vivir. Si los poderosos no se avienen a estos cambios correrán el riesgo de que estos se produzcan por métodos revolucionarios que no siempre resultan  pacíficos. Una forma de lograr más fácilmente éste cambio es a través de la unión de todos aquellos que compartimos esta idea, como por ejemplo la AGRUPACIÓN DE CROTOS LIBRES (http://www.crotoslibres.com/),  de Mar del Plata cuya filosofía hoy puede parecer una utopía pero mañana seguramente será una realidad.


                                                 Roberto Osvaldo Munyau
 HECHO EL DEPÓSITO QUE INDICA LA LEY 11.723

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