domingo, 7 de noviembre de 2010

ATARDECER URBANO

Los cascos del caballo flaco suenan huecos en el empedrado. El carro silencioso por los neumáticos de auto viejo, cargado con cartones, vaga por calles ajenas.
Autos ajenos, árboles, casas y departamentos ajenos, veredas, luces, esperanzas, presentes y futuros ajenos. Sólo son propios el pasado, los vidrios, cartones y algún pedazo de plomo, cobre, aluminio o latón.  También la basura que desprecian los ajenos, donde tal vez encuentren algo de comida… y la pobreza, que ya no es tal, porque están acostumbrados; en ellos, es una cuestión de costumbre; una moda.
Sobre el carro, un hombre… o algo parecido. Mustio, silencioso, casi mudo. Tez morena, ojos oscuros, opacos, fijos. Rostro con arrugas prematuras cinceladas por un apresurado tiempo, que aprovechó un cuerpo joven, tierno, para hundir su cincel despiadado y modelarlo a su antojo.
Como un autista, se detiene en cada montón de basura y busca, busca… y busca.
A su lado un niño. Moreno como el café con leche que nunca toma. Alpargatas encontradas quién sabe en qué basural, con agujero por donde asoma curioso, un dedito rosado. Ojos negros como los de su padre, cabello oscuro, carita inocente, manos sucias y un moco que cuelga de su nariz.
Ambos revuelven la basura.
El hombre quiere encontrar cartones, vidrios, metales y tal vez algo para comer.
El niño… sólo una latita y un piolín.
Roberto O. Munyau
 HECHO EL DEPÓSOTO QUE INDICA LA LEY 11.723

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