domingo, 2 de octubre de 2011

MIEDO

          Hoy se cumple el quinto aniversario de su fallecimiento.
Nunca tuve en cuenta esta fecha; tal vez por no encontrarme con ese laberinto de lápidas y tumbas que desde mi infancia tanto me atemoriza.
A la entrada, los mausoleos de los ricos y poderosos. En sus frontispicios, apellidos tan importantes como los ataudes de sus moradores. Sus placas metálicas brillantes y ornamentaciones arquitectónicas, tan exageradamente ostentosas como inútiles, me anuncian que allí están con su poder, riquezas, vanidades, envidias, venganzas, hipocresía, cinismo, privilegios y… vaya a saber cuantas miserias más, tan sepultadas como ellos.
El murmullo de la gente que pasa por la calle y el ruido de los autos, hacen un poco menos tétrico el lugar.
Sigo avanzando… los sonidos van acallándose hasta desaparecer.
Sólo mis pasos sobre el pedregullo.
Al final de un angosto y sinuoso sendero encuentro la tumba de don Juan.
Siento una sensación extraña de angustia por su muerte tan lejana ya, mezclada con el espanto que me producen los cementerios.
Pasto seco y ninguna flor.
Quietud, paz… silencio.
Ya, no más miedo.
“Juan Etcheberry (1917 – 2002) QEPD”, dice en la placa identificatoria, enmohecida por el tiempo.
Don Juan, parece estar solo… sin poder, riquezas, vanidades, envidias, venganzas, hipocresía, cinismo, privilegios ni miserias.
Nunca los tuvo.
Jamás los necesitó.
Pero su soledad es sólo un espejismo.
Lo acompañan sus amaneceres, las contemplaciones nocturnas y estelares a la orilla del mar, noches de vino y guitarreadas con amigos, caminatas descalzo por la playa, amores y algunos poemas.
Claro, fue pobre… ¡y poeta!

Roberto O. Munyau

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