domingo, 2 de octubre de 2011

EL ABISMO



La montaña se erguía imponente ante los ojos de los dos jóvenes andinistas. Eran íntimos amigos desde la infancia.
La escalada a uno de los cerros más difíciles de la cordillera, era el objetivo supremo para ambos.
El éxito dependía de la mutua confianza que se tuvieran, más allá de los conocimientos y el entrenamiento al que se sometieron tiempo antes de emprender la ascensión. A pesar de la poca experiencia como montañistas, igualmente se sentían confiados.
Cuando llegó el día, revisaron minuciosamente el equipo. Estaba todo en orden. Caminaron en ascenso un par de horas,  hasta el campamento base y al día siguiente comenzaron la aventura. Decidieron atacar por el pilar norte. Las emociones y los sentimientos quedaron abajo. A partir de ese momento sólo importaba el conocimiento, la técnica y el cálculo frío… tan frío como la montaña que los esperaba desafiante.
Tardaron dos días en llegar a la pared vertical. Aprovecharon cuanta grieta aparecía en la roca para colocar las clavijas y tirar las cuerdas. Los rostros barbados se cubrieron de escarcha por el viento helado. Las manos  entumecidas y el dolor en los músculos, por momentos se hacían intolerables.
-¡Ayudame! ¡se me zafó una clavija!- Gritó uno de ellos.
El otro miró hacia abajo y vio que su compañero permanecía aferrado al borde filoso de una piedra. Veía las manos sangrantes y moradas de su amigo. Aseguró nuevas clavijas y se colgó de la cuerda para ayudarlo.
Hizo un esfuerzo para concentrar su mente y asegurar la eficacia de los movimientos. Sólo necesitaba extender su brazo para que ese acontecimiento se convirtiera en una simple anécdota.

No pudo evitar los recuerdos de la infancia. Los juegos, la escuela, su amigo entrañable, ahora pendiente de él para salvar la vida… y el día que su obesidad prematura fuera motivo de burla de sus amigos y de quién ahora estaba allí mirándolo con ojos desorbitados.

“El Fitz Roy se cobró una nueva víctima” decía, al día siguiente, en primera plana, el diario “Portal Patagónico” de El Calafate.


Roberto O. Munyau

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