domingo, 2 de octubre de 2011

EL OTRO YO



Primavera, 2006.
Salió de su departamento, zona norte de Buenos Aires, rumbo a su quinta, recién adquirida, cerca de Baradero. Allí lo esperaba su mujer para pasar juntos el fin de semana.
Muchas veces había recorrido ese camino, cuando viajaba a Rosario por cuestiones de negocios, pero ésta vez se sentía un tanto extraño. El verde de los campos, los animales pastando, los pájaros surcando el cielo, la tibieza del sol en la palidez de su piel, lo abstrajeron de sus preocupaciones habituales.
La alarma de uno de sus celulares lo sobresaltó.
-Hola.
-Hola Ale ¿ya estás viajando para acá?- Era la voz de su mujer.
-Sí, en un rato estoy por allá.
-¿Le pediste el presupuesto al cirujano?
-Sí, me dijo que sale un poco más barato de lo que había estimado en un primer momento.
-¿No me digas? ¡Qué suerte!
-Dijo que los párpados, los glúteos y los labios te los va a hacer tal como lo había previsto, pero las lolas en lugar de implante de siliconas te va a hacer una mastopexia, que es para reafirmarlas. Así que va a salir unos dólares menos.
-¡Ay! ¡Qué hermosa noticia! ¿Te dijo cuándo me hace la primera operación?
-No, eso lo va a definir en la próxima consulta… Bueno, te dejo porque me están llamando por el otro celular. Chau, un beso.
-Chau, mi amor.

-Hola.
-Te estoy esperando en la tranquera anterior a la entrada de la quinta… a la sombra de un pino- Dijo una voz calma y serena que le resultó familiar, pero que no pudo identificar.
-¿Quién habla?- Preguntó sorprendido.
-Nos conocemos de toda la vida… Cuando llegues me vas a reconocer de inmediato. Te espero.
-¡¿Quién habla?!- Insistió.
No hubo respuesta.
Pensó llamar a la policía, temiendo un posible secuestro, pero la intriga pudo más.
Al llegar vio, que recostado, debajo del pino se encontraba un pordiosero… un linyera.
-¿Usted me llamó?- Dijo acercándose desconfiado.
-Sí… me puedes tutear si quieres. Ven, acércate más.
-¿Quién eres?
Al acercarse notó algo peculiar en ese rostro barbado, enjuto, quemado por el sol, antítesis del suyo, prolijo, pálido, casi blanco, perfectamente afeitado, parecía lampiño. Advirtió que tenían mucho en común. Era como estar parado enfrente de un espejo que reflejaba sólo su alma.

-Alejandro- Respondió el vagabundo, después de una prolongada pausa.
-¡Qué casualidad, yo también me llamo así! … ¿Para qué me llamaste?
-Para saber de tu vida… y si te interesa contarte algo de la mía.
-Pues cuéntame de la tuya.
-La mía es tan simple y humilde que casi ni merece ser contada.
-No importa, cuéntame- Insistió.
-En mi adolescencia me fui de la gran ciudad. Desde entonces vivo andando caminos, conociendo gente. Me alimento cuando gano algo haciendo alguna changa en el campo. De lo contrario trato de cazar o pescar algún bicho… siempre aparece algo. Duermo a la intemperie, cobijado por las estrellas y arrullado por el silencio de la noche…  y si llueve, debajo de una alcantarilla. Durante el día recorro vías o caminos. Mi único medio de transporte son mis piernas. Gozo del sol, de la brisa, del aroma del pasto. El trino de los pájaros y el zumbido del viento cuando tuerce los árboles, le regalan música a mis oídos. El cielo, el campo, las flores, las nubes, los trigales y el lino maduro llenan de colores mis ojos. No tengo casa, ni auto, ni teléfono, ni televisión, no voy a ningún supermercado… están llenos de cosas que no necesito. No tengo deudas… tampoco me deben. Mi pobreza la elegí yo, no me la impuso nadie, ni siquiera los políticos. Soy libre… y feliz. ¿Y tú?
-A los veinticinco años me gradué en la universidad. Comencé a trabajar en una empresa multinacional. Con muchísimo esfuerzo logré hacer una carrera que muchos envidian. Hoy tengo un piso en zona norte, esta cuatro por cuatro, soy socio de un club de golf muy importante, tengo una casa de veraneo en Punta del Este, un velero en San Fernando, viajo por el mundo, aunque, obviamente por negocios ¿no? Ahora, justamente voy a una quinta que acabo de comprar aquí, en Baradero, allí me está esperando mi mujer. En fin… no me puedo quejar. ¡Yo también soy feliz!
-¿Feliz?… o exitoso.

Al día siguiente, encontraron la cuatro por cuatro, abandonada enfrente del pino.
Alejandro… ¡nunca llegó a la quinta!



Roberto O. Munyau

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