domingo, 2 de octubre de 2011

DON ANSELMO





Don Anselmo Luna, puestero de la estancia “El renegau”, de joven había sido domador. Muy diestro en su oficio, pero con los años dejó esa actividad y comenzó a dedicarse a otras tareas mas adecuadas para su edad.
Era un hombre muy respetado, y famoso en su juventud por lo pendenciero.
Los mozos, que formaban parte de la peonada del establecimiento, acostumbraban a pedirle consejos cuando se encontraban con problemas laborales y también recurrían a su experiencia de vida, sobre todo en cuestiones de polleras.
Los domingos, día de descanso, su diversión era ir al boliche del pueblo, y tomarse unas cuantas copas como para despuntar el vicio.
Ese lunes, don Anselmo se despertó a media mañana. Cosa rara en él, porque su costumbre era madrugar para desayunar con unos mates, y luego dedicarse a las tareas del campo. Comenzó a vestirse: camisa, alpargatas, bombachas batarazas, faja, pañuelo al cuello, gorra de vasco, y cuando quiso ponerse la rastra cargada de monedas, heredada de su abuelo y de su padre, no estaba en el lugar que habitualmente la dejaba.  ¿Ande dejé la rastra? pensó en voz alta. La buscó por todo el rancho, en la matera, el galpón, pero no apareció por ningún lado.
Anoche, en el boliche no me la timbié. Se dijo a sí mismo. Seguro que algún sotreta me la manoteó. Vi´a preparar el sulqui y me vi`a d`ir p`al pueblo, y ande encuentre al disgraciau, ¡ya va a ver cuantos pares son tres botas!
Mordiéndose de rabia, preparó el sulqui, recorrió la legua que lo separaba del pueblo, y al tranco lento del alazán comenzó la recorrida.
No tardó mucho en encontrar al que se había apoderado de su rastra.
Acodado en el palenque del boliche estaba Cutica. Mozo de unos veinte y pico de años, famoso por lo holgazán, timbero, mujeriego, le gustaba el trago y no se le conocía ocupación alguna.
Don Anselmo hizo un gran esfuerzo para contenerse y no sacar el facón, al verlo.
Arrimó el sulqui al palenque y se apeó.
-¡Buenas!- dijo con firmeza, pero disimulando su ira.
-Buenas- contestó Cutica.
-Disculpeme la curiosidá, pero…, se puede saber ande compró esa rastra?-
-No, si no la compré- contestó con cara de “yo no fuí”.
-Seguro que se la han regalau.
-No, tampoco.
-¿La encontró, entonces?
-No.
-¡No me diga que se la sacó en la Kermese de la escuela!
-Tampoco.
-Y…, digame, ¿cómo hizo pa`conseguirla?- Dijo, ya a punto de estallar.
-Anoche, como a las dos de la mañana pasé frente al boliche, estaba oscuro, y en eso salió un mamau, en la oscuridá tropezó con una piedra y se cayó boca abajo. No se podía levantar del pedo que tenía, entonces me acerqué, le saqué la rastra, le bajé las bombachas, y ya que estaba me lo monté… ¡Je! ¿Qué tal?
-¡Linda rastra, paisano!
Cuentan en el pueblo, que desde entonces don Anselmo, dejó de beber.



Roberto O. Munyau

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