jueves, 30 de diciembre de 2010

CUADRO PORTEÑO



Buenos Aires.
Balvanera.
Caserón antiguo.  En la entrada, recostado contra el marco de la puerta, el Chino Lagraña. Barbijo de siete puntadas, cabello cano peinado a la gomina, sin calvicie a pesar de la edad. Lengue y camisa blancos, pantalón gris con rayas oscuras y zapatos negros bien lustrados, taco militar. El pucho, olvidado detrás de la oreja. Parece no querer entregarse al nuevo siglo. Conserva el carácter hosco de la juventud, pero sus ojos negros ya no tienen el brillo de antes, ni reflejan la luz del cuchillo, ni la furia que precede a la puñalada, pero se ven preñados de recuerdos. Recuerdos de épocas de bolsillos flacos y corajes gordos, de milongas, visteadas, timbas, sangre, alcohol, de minas infieles, de jugarse por el honor de caudillos sin honor, de vanas osadías.
De la puerta para afuera todo es presente, para adentro… historia: varias piezas rodeando el único patio, las glicinas, malvones, el aljibe inútil, el parral, el banco largo de madera contra la pared, donde otrora se sentara a pulsear la guitarra el Tigre Pardales, para entretener a la gente del conventillo. Todo cobra vida ante la mirada melancólica del Chino.
Ese día, como de costumbre, había salido a la puerta a esperar al Moncho Paniagua, su fiel amigo de toda la vida. Lo visitaba casi a diario.
- Buenas, Chino.
- Qué dice Moncho, lo estaba esperando. Pase, vamos a tomar unos amargos.
- Se agradece - Respondió, tocando con la punta de los dedos, el ala del sombrero a modo de reverencia.
- ¡Rosa!... Cebate unos mates... ¡Querés! - Dijo el Chino a su mujer.
- Si, ya voy, termino de preparar el puchero y lo hago - Respondió Rosa.
- ¡Cebate unos mates, te digo! - Insistió con rudeza.
- Bueno, está bien… está bien. No se enoje, Chino.
Hablaron, como lo hacían habitualmente, durante casi dos horas. Recordaron anécdotas de sus años mozos, como confirmando aquello de que… todo tiempo pasado fue mejor. Pero esta vez, el Chino, agregó un nuevo tema.
- Cuesta creer, Moncho, cómo pasan los años.
- Ahá… y no le han mentido.
- ¿Sabe que ya estoy por cumplir noventa y cuatro?
- No me diga. ¿Y cuándo los cumple, que no me acuerdo?
- El domingo. Voy a hacer una churrasqueada así que lo espero.
- Se agradece… ¿Mucha gente va a venir?
- No… sólo usted, yo y la Rosa.
- ¿Y sus hijos y los nietos?
- No… ellos están en otra. Con este asunto de los autos, las cuatro por cuatro esas, se van todos los fines de semana, ¡qué sé yo adonde! No creo que se acuerden de mi cumpleaños.
- ¡Qué cosa, Chino! Con esto de las modernidades, cómo ha cambiado todo… ¿eh?
- Y lo peor: ¡de los guapos ni noticias!
- Si dan ganas de llorar… ¡vea!... Bueno, Chino, me voy. Chas gracias, Rosa - Dijo el Moncho alcanzándole el último mate.
- Buen provecho - Respondió ella.
- ¿Tan apurado anda?
- Y… tengo que ir al almacén grande… el de los carritos, ¿vio?
- Ta`güeno. No se olvide que el domingo lo espero, Moncho.
- No… quédese tranquilo, no me voy a olvidar. En caso de que no pueda venir, le mando un mensajito de texto o un e-mail, ¿OK?
- OK, Moncho… ¡Hasta más ver!



Roberto O. Munyau
HECHO EL DEPÓSITO QUE INDICA LA LEY 11.723

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