jueves, 30 de diciembre de 2010

AURORA


Alta en el cielo un águila guerrera,
audaz se eleva en vuelo triunfal,
azul un ala del color del cielo,
azul un ala del color del mar…
Cantaba Cacho, mirando la bandera que se deslizaba lentamente por el mástil… tan lentamente como las lágrimas que brotaban de sus ojos por la emoción, bañándole el rostro.
No era para menos. Ese día, viernes diecisiete de junio se conmemoraba un nuevo aniversario de la creación de la bandera. Correspondía celebrarla el veinte, pero caía en lunes y no valía la pena acortar el fin de semana largo.
Ezequiel, su hijo, abanderado y mejor alumno de séptimo grado era el encargado de izar la enseña patria, que con precisión cronométrica llegó a lo alto en el mismo instante en que la concurrencia terminaba de cantar “Aurora”. El rostro de Cacho se veía conmocionado.
Terminado el acto, secó su cara y salió de la escuela con su hijo tomado de la mano.

- ¡Eh! ¿Qué están haciendo? - Gritó con desesperación.
- Lo estamos secuestrando; está mal estacionado. - Respondió imperativamente, uno de los agentes de tránsito a cargo de la grúa.  
- ¿Cómo que mal estacionado?
- Esto es parada de colectivos. ¿No ve el cartel de prohibido estacionar?
- Bueno, pero muchachos era por un rato, estaba en el acto de la escuela… mi hijo es el abanderado… ¡déjense de joder, che! 
- No, no, no… ¡corresponde el secuestro!
- Pero… ¿cuánto me va a salir toda esta joda?
- Entre acarreo, estadía y multa, alrededor de setecientos pesos.
- Che, Flaco… escuchame, tomá cien y me lo desenganchás. ¿Si?
- Está bien… ¡Negro! desenganchalo que ya está.
Subió al auto con el niño y partió rumbo a su casa.
- ¡Estos coimeros hijos de puta!… mirá vos, con esos cien mangos, podríamos haber ido con tu madre a comer afuera.
La cabeza de Ezequiel era un torbellino, se mezclaban las imágenes: la bandera, las lágrimas de su padre, la escarapela que lucía en todas las solapas, el discurso de la directora, la grúa, los agentes, el auto, los cien pesos, las puteadas de su padre, diecisiete de junio, veinte de junio… ¡Aurora!

- Ezequiel… ¡vamos,  arriba! que nos vamos a correr al parque. - Dijo Cacho a la mañana siguiente, despertando a su hijo.
- Ya voy pa, esperame afuera que ya salgo.

- ¿Y?… ¡¿qué tal?! - Dijo, parado en el medio de la vereda, mostrándole orgulloso su nuevo buzo con los colores de la bandera y un sol enorme en el centro del pecho.
- Te queda bien, pa. - respondió con desgana.
- ¿Hacemos un trote liviano?... ¡Vos seguime!
Absorto, Ezequiel leyó la frase impresa en la espalda del buzo de su padre: ¡ARGENTINO HASTA LA MUERTE!
Roberto O. Munyau
HECHO EL DEPÓSITO QUE INDICA LA LEY 11.723

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