miércoles, 9 de marzo de 2011

ZAPATILLAS CON AGUJEROS





- ¡Mamá, mamá!, quiero zapatillas como las de Carmencita.
- ¿Y qué tienen las de ella que no tengan las tuyas? 
- ¡El agujero en la punta!
- Anita,…hija, las zapatillas de Carmencita están agujereadas porque ellos son muy pobres y el papá no tiene plata para comprarle nuevas.

Anita era hija única de José y Amelia, una de las familias más adineradas del pueblo. La tez pálida delataba que su salud requería del cuidado y de la preocupación constante de los padres.
Cuando asomó por entre las piernas de su mamá y tomó la primer bocanada de aire, el chillido que emitió fue estridente, pero sonó como música celestial. “¡Buaaa…! “ fue su saludo al mundo.
Para ellos, era como si el universo se hubiera detenido para escuchar a esa niña.

A los pocos días, en la casa de al lado, nacía Carmencita. El berrido que emitió al nacer fue tan estridente como el de Ana…pero no tuvo la misma trascendencia. Era la quinta  hija de Miguel y Catalina. El trabajaba como peón en la estación del ferrocarril… era la época de las locomotoras a vapor. Ella lavaba la ropa que otros ensuciaban.
Ambas nacieron como las flores, en primavera.
Durante el primer año de vida, una era atendida por Clara, la niñera, la otra por su madre y cuatro hermanos.
Cuando cumplió el primer mes, Anita comenzó a alimentarse con la mamadera; a los dos años Carmencita aún tomaba la teta.
Los patios estaban separados por un alambrado que había pagado José y colocado Miguel. En uno de ellos el color predominante era el verde del césped impecablemente cortado, matizado por el color de las flores y de algunos árboles frutales; en el otro, el marrón de la tierra.
Cuando las niñas comenzaron a dar sus primeros pasos se conocieron a través de la cerca que separaba ambas casas.
Los juguetes que recibía Anita de regalo para sus cumpleaños o Reyes los compartía con su amiga, pero Carmencita no jugaba con ellos, los admiraba con ojos de asombro, los suyos eran fabricados por el hermano mayor y también compartidos democráticamente.
El alambre no fue un obstáculo para sus encuentros. Una envidiaba la ropa y los zapatos casi siempre nuevos de su amiga, la otra las zapatillas agujereadas y las prendas fraternalmente gastadas por generaciones  anteriores.
Al cumplir los cinco años ingresaron a la única escuela primaria que había en el pueblo. Anita contó con el apoyo de una maestra particular, Carmencita con el de sus hermanos.
A los doce años de edad una ingresó al colegio secundario, la otra comenzó a trabajar como doméstica.
A partir de entonces empezaron a verse muy esporádicamente.
Ana y Carmen tomaron caminos diferentes.

Una terminó el secundario, se fue a la gran ciudad a estudiar al Conservatorio Nacional de Música y a pesar de su frágil salud terminó su carrera. Dio conciertos de piano por el mundo. El éxito y la fama se le hicieron amigos.
Carmen continuó trabajando de sirvienta, conoció el amor, se casó y tuvo varios hijos; seguía viviendo, ahora con su familia, en la misma casa donde había nacido. Sus hermanos se fueron buscando otros destinos.
Veinte años después, cuando ambas habían cumplido los treinta y dos, Ana comenzó a sentirse mal, su palidez se había acentuado. Los médicos no presagiaban nada bueno. Volvió al pueblo natal y buscó refugio en la casa paterna.

- Mamá, decile a Carmen que necesito verla. - Dijo con un hilo de voz.
Cuando Carmen llegó, se inclinó para escuchar lo que quería su amiga.
Salió apresurada de la habitación, fue a su casa y comenzó a buscar casi con desesperación lo que Ana le había encargado.
Volvió al lado de la enferma y colocó el encargo entre sus manos.
Cuando Ana vió las zapatillas agujereadas, sonrió y se durmió para siempre.

Roberto O. Munyau
HECHO EL DEPÓSITO QUE INDICA LA LEY 11.723

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