VILLA Y COUNTRY

         


            El humo denso y oloroso del basural, se juntó con la neblina para inundar la villa.

Ya no llueve. Barro, chapa, cartón, goteras y antenas satelitales de televisión. Reina la gama de los grises.

Paco, cerveza y vino barato para gozar la vida.

Es de madrugada. En los callejones barrosos, hasta ahora desiertos, empiezan a cruzarse los que viven de día con los que lo hacen de noche. Se van los laburantes.  Vuelven los cartoneros, las putas  y los chorros. A lo lejos, vaya a saber en qué casilla, aún están de fiesta. Se oye una cumbia, algunos gritos fiesteros y el ladrido de los perros; flacos, hambrientos. La villa huele a pobreza.

No muy lejos, un barrio cerrado. Country, le llaman. Reina el contraste cromático, a pesar de la niebla. Hasta allí no llega el humo de la basura. Cesped impecablemente cortado, algunas flores, suntuosas casas, suntuosos autos, elegantes señoras, elegantes señores, altas alambradas y celosos guardianes para evitar celosamente, que los chorros que van presos les roben a los chorros que jamás van presos. También hay una casa donde están de fiesta. La misma música pero sin gritos fiesteros. Allí, hay exclamaciones de alegría.

En medio de todo este cambalache, por la ruta que separa o une ambos universos, Matilde, la desdentada, rumbo a la sala sanitaria al otro lado de la villa. Va con su hijo de ocho años. Sucia, harapienta, voz aguardentosa. Gritando y maldiciendo al niño. Por momentos lo lleva a la rastra o lo empuja y cada tanto una cachetada o un golpe de puño. Él no llora, ni grita, ni se queja. Se lo ve cansado. Los ojos negros, inexpresivos, casi no pestañea.

-¿Porqué lo maltrata así?- Preguntó la enfermera cuando llegaron a la salita.

-¡Porque este guacho no quiere venir a neb..buliz..zarse, con el asma que tiene!

-¿Te duele algo?- Dijo la enfermera, esta vez dirigiéndose al niño.

-No, me duele menos.

-¿Menos?

-Sí, menos que cuando me pega mi papá.

Roberto O. Munyau

HECHO EL DEPÓSITO QUE INDICA LA LEY 11.723