viernes, 4 de febrero de 2011

EL MAGO PATATÍN

                                                        

Había fiesta en la villa.
En la escuelita, cerca del basural, se festejaba el día del niño.
-¡A ver, necesito un asistente!- dijo el mago Patatín
El más pequeño subió al escenario y comenzó la función.
-¿Cómo te llamás?
-Gonzalo- dijo con timidez.
-Bueno, Gonzalo, es  muy fácil. Lo único que tenés que hacer es soplar cuando yo te lo diga y de esa manera, juntos vamos a lograr la magia.
Comenzó a hacer malabares con los pañuelos de colores, hasta envolver sus manos con ellos y pidió al niño que soplara. Salió una paloma blanca, ante la mirada atónita del público.
Tomó una galera y haciendo unos pases mágicos pidió a su asistente que soplara nuevamente. Esta vez apareció un conejo.
Así siguió y en cada soplido, veía asombrado aparecer y desaparecer globos, naipes, alguna flor.
Cuando terminó la función regresó a la casilla.
Allí estaba su padre. De tez morena, ojos negros opacos. La miseria había modelado ese rostro con el cincel de la desesperanza. El niño se acercó y le sopló suavemente en la cara. De pronto, la mirada de su papá adquirió el mismo brillo que había perdido hacía tantos años y esbozó una amplia sonrisa.
Gonzalo, fascinado exclamó:
-¡Gracias Patatín!
Roberto O. Munyau

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