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Domingo, de
madrugada.
Buenos Aires,
San Telmo, tanguería.
Las tenues luces
de la calle se hacen cómplices de la humedad, para dar lustre a los adoquines.
El
espectáculo terminó.
El silencio
le da paso a los acordes de una música entre chispeante y melancólica. Suena un
bandoneón.
En el boliche
sólo quedan las mesas, sobre ellas las sillas patas arriba, los espejos, el
mostrador y una luz mortecina que apenas ilumina algunas fotos de Gardel.
Hasta el de
la limpieza se fue.
En el
escenario, un piano, el contrabajo y en un taburete, Julián con su “Doble A”.
La camisa y
el pantalón negros, acentúan aún más su vejez y su cansancio.
Hoy se cumplen veinte años de su última
mentira, pensó.
Se había hecho amigo de la soledad, para hacer más soportable el abandono.
El día que
ella se fue, estaba ensayando los compases de su tango preferido: “Recuerdo”.
Se prometió a sí mismo, jamás volver a tocarlo. Pero esa noche, después del
show y sin saber porqué, extrajo del estuche de su fuelle, un manojo de papeles
amarillentos y los acomodó sobre el atril. “Recuerdo”,
Tango, Pugliese, Partitura para bandoneón. Leyó en la primer hoja.
Afuera, con
las primeras luces, Buenos Aires comienza a vestirse de gris. El silencio se
bate en retirada ante los murmullos de la ciudad. En San Telmo, cerca del
boliche, se oye una música muy leve mezclada con un taconeo femenino en la
vereda.
Al abrirse la
puerta del local, la luz del sol hiere a Julián. Alzando la cabeza, entre las volutas de humo del pucho y a
contraluz, ve recortada, la silueta de una mujer.
Deja de
tocar… y una voz familiar, le susurra: ¿Me perdonás?
Roberto O. Munyau
HECHO EL DEPÓSITO QUE INDICA LA LEY 11.723
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