-Buen día don Julio.
-Buen día doctor, ¿va a su despacho?- Respondió don Julio, accionando la palanca para cerrar la puerta del ascensor.
-Sí, como de costumbre. Me enteré que está haciendo los trámites para jubilarse.
-Sí, ya me queda poco.
-Tal vez nos vayamos juntos, yo también estoy tramitando la mía- Comentó el Juez.
-Qué casualidad ¿no?... ¿Recuerda que ingresamos el mismo día?
-Tiene razón, casi lo había olvidado.
-Llegamos.
-Gracias don Julio, nos vemos a la tarde.
-Hasta luego, doctor.
Hacía más de treinta años que don Julio había ingresado a tribunales. Los primeros tiempos trabajó como personal de limpieza, hasta que la artritis lo obligó a pedir que le asignaran una tarea más aliviada, para hacer tolerables sus dolores. Fue así que comenzó a trabajar como ascensorista, lo que le permitió conocer a todos los que allí trabajaban, jueces, secretarios, fiscales, pinches, abogados, policías, acusados, denunciantes, condenados, absueltos, culpables, inocentes, reos… entre otros. En ese desfile incesante de personajes, había aprendido a desnudar el alma de casi todos ellos.
-Hola Julio - Saludó uno de los pinches del tercer piso - ¿Viste que en el juzgado del séptimo entró a laburar el hijo de González de la Fuente?
-¿El de la Corte Suprema?
-Sí, es un pendejo engreído, recién recibido, se cree que tiene el mundo agarrado de las bolas. Chau Julio, hasta luego.
-Adiós.
-¿Qué piso, señor? - Preguntó Julio al joven que esperaba en planta baja.
-¡Doctor!... Doctor González de la Fuente, y voy al séptimo piso - Respondió despectivamente.
-¡Que pena! - Dijo Julio
-¡¿Qué es lo que le da pena?! - Replicó provocadoramente.
-Que en este edificio haya tantos doctores y tan pocos señores.
Roberto O. Munyau
No hay comentarios:
Publicar un comentario