El día que don Martín no murió, me había preparado como de costumbre para hacer una de mis caminatas por la costa.
Era una mañana fría y gris.
Al llegar, me sorprendió ver un anciano que intentaba bajar por una de las escalinatas que llevan a la playa. Encorvado, frágil, desgarbado, de andar cansino, el bastón casi a la rastra.
Me acerqué para ofrecerle ayuda.
Tomó mi brazo.
Temblaba.
Cuando giró su rostro para agradecerme, nuestras miradas se cruzaron. Nunca voy a olvidar esos ojos. Azules, vivaces, parecían no pertenecer a ese cuerpo, pero en sus mejillas había huellas de lágrimas.
-¿Se siente bien?
-Sí, gracias.
-¿Qué anda haciendo por acá? Hace mucho frío para estar en la playa.
- No voy a la playa. Vengo a reunirme con mi mujer… voy al mar.
Su temblor se acentuó.
-Por favor… sentémonos y charlemos. ¿Si?- dije, indicando el muro que limita la vereda. Mi tono no fue convincente. Sin embargo aceptó.
Nos sentamos. Apoyó sus manos temblorosas y arrugadas sobre el bastón y fijó su vista en el horizonte marino.
-¿Cómo se llama?- pregunté.
-Martín… y ella se llamaba Clara.
-Cuénteme algo de su vida, don Martín.
-¿Sabe qué? Hace tantos años que nadie me pregunta nada… creo que me olvidé de contar.
-¿Tiene familia?
-Tres hijos y siete nietos, pero viven muy lejos, en otras provincias. Hace mucho que no vienen, están ocupados con sus cosas.
-Y Clara ¿cuánto hace que se fue?
-Veinte años. Sus cenizas están allí- dijo señalando el mar.
-¿Vive lejos de acá?
-No, en un geriátrico, acá nomás.
-Bueno, habrá otros internados, así que estará acompañado.
-No crea, somos sesenta y siete soledades.
-Me imagino que mirarán televisión aunque sea.
-Miramos el televisor… no la televisión.
-Y el lugar ¿qué tal es?
-Es limpio.
-¿Están bien atendidos?
-Es limpio.
-Al menos alguna cualidad tiene. ¿No?
-Sí… pero los olores ¿sabe?
-¿Olores?- pregunté curioso.
-Si, esa mezcla rara de olor a verdura hervida, a medicamentos, a viejo… a ausencia.
Quise interrumpir el diálogo, sentí que mi capacidad de persuasión se había agotado.
-Si me permite lo acompaño hasta el geriátrico.
-Bueno, gracias.
Al llegar, me despedí con la secreta intención de volver, para contarle al responsable del lugar lo que había sucedido.
-Bueno, don Martín, espero que nos volvamos a encontrar en otro momento y en mejores circunstancias.
-Gracias- respondió lacónicamente.
-Ah… y me alegro de que haya desistido de la decisión de hoy, eh.
-No desistí… la postergué.
Roberto O. Munyau
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