viernes, 30 de septiembre de 2011

DON MARTÍN



El día que don Martín no murió, me había preparado como de costumbre para hacer una de mis caminatas por la costa.
Era una mañana fría y gris.
Al llegar, me sorprendió ver un anciano que intentaba bajar por una de las escalinatas que llevan a la playa. Encorvado, frágil, desgarbado, de andar cansino, el bastón casi a la rastra.
Me acerqué para ofrecerle ayuda.
Tomó mi brazo.
Temblaba.
Cuando giró su rostro para agradecerme, nuestras miradas se cruzaron. Nunca voy a olvidar esos ojos. Azules, vivaces, parecían no pertenecer a ese cuerpo, pero en sus mejillas había huellas de lágrimas.
-¿Se siente bien?
-Sí, gracias.
-¿Qué anda haciendo por acá? Hace mucho frío para estar en la playa.
- No voy a la playa. Vengo a reunirme con mi mujer… voy al mar.
Su temblor se acentuó.
-Por favor… sentémonos y charlemos. ¿Si?- dije, indicando el muro que limita la vereda. Mi tono no fue convincente. Sin embargo aceptó.
Nos sentamos. Apoyó sus manos temblorosas y arrugadas sobre el bastón y fijó su vista en el horizonte marino.
-¿Cómo se llama?- pregunté.
-Martín… y ella se llamaba Clara.
-Cuénteme algo de su vida, don Martín.
-¿Sabe qué? Hace tantos años que nadie me pregunta nada… creo que me olvidé de contar.
-¿Tiene familia?
-Tres hijos y siete nietos, pero viven muy lejos, en otras provincias. Hace mucho que no vienen, están ocupados con sus cosas.
-Y Clara ¿cuánto hace que se fue?
-Veinte años. Sus cenizas están allí- dijo señalando el mar.
-¿Vive lejos de acá?
-No, en un geriátrico, acá nomás.
-Bueno, habrá otros internados, así que estará acompañado.
-No crea, somos sesenta y siete soledades.
-Me imagino que mirarán televisión aunque sea.
-Miramos el televisor… no la televisión.
-Y el lugar ¿qué tal es?
-Es limpio.
-¿Están bien atendidos?
-Es limpio.
-Al menos alguna cualidad tiene. ¿No?
-Sí… pero los olores ¿sabe?
-¿Olores?- pregunté curioso.
-Si, esa mezcla rara de olor a verdura hervida, a medicamentos, a viejo… a ausencia.
Quise interrumpir el diálogo, sentí que mi capacidad de persuasión se había agotado.
-Si me permite lo acompaño hasta el geriátrico.
-Bueno, gracias.
Al llegar, me despedí con la secreta intención de volver, para contarle al responsable del lugar lo que había sucedido.   
-Bueno, don Martín, espero que nos volvamos a encontrar en otro momento y en mejores circunstancias.
-Gracias- respondió lacónicamente.
-Ah… y me alegro de que haya desistido de la decisión de hoy, eh.
-No desistí… la postergué.

Roberto O. Munyau

AMOR BARROCO


Bella escritura
Tiene la Condesa
Bello palacio
Bello patio trasero
Me casaré con ella
¿Por interés?
¡No!
                          Por capital


Roberto O. Munyau