miércoles, 26 de enero de 2011

CAROLINA

 


Era un 28 de marzo.
Carolina cumplía 13 años.
Estaba recostada en la cama, tratando de leer el libro, regalo anticipado de su abuela. 
La decoración del  cuarto, alegre y colorida, combinaba a la perfección con el espíritu festivo de la niña.
Se escuchaba una música muy suave y lenta, proveniente desde otro lugar de la casa.
No podía concentrarse.
Su mirada recorría alternada y ordenadamente una y otra vez, las paredes, los estantes cargados con los libros escolares del año anterior, sus muñecas, la ventana, el piso, los juguetes desparramados por toda la habitación.
Cada objeto la remitía a alguna etapa de su infancia. El muñeco de trapo, que tantas veces lo había tenido en brazos imaginándolo su bebe, la cuna de madera donde lo mecía, el balde y la pala de plástico con los que construía sus castillos de arena en la playa, la cartuchera con los útiles de la escuela, que ya no utilizaría más, todo…absolutamente todo tenía que ver con su niñez, hasta evocó el triciclo con ruedas oxidadas, que hacía años estaba arrumbado vaya a saber en qué rincón.
De pronto, sus ojos se encontraron con el oso de peluche que la madre había colocado en el estante, enfrente de su cama. Apoyó el libro muy suavemente sobre la leve turgencia de sus pechos, y detuvo su recorrido visual.
Su rostro dibujó una leve sonrisa.
Pensó que ese osito, con un solo ojo y ya gastado por el tiempo, la miraba como despidiéndose y sorpresiva e inexplicablemente, dos lágrimas rodaron por sus mejillas.
Continuó con su paseo y notó extrañamente que todo lo que hasta ayer, había sido de su propiedad, hoy le era ajeno.
Estaba pensativa, confundida.
La ronda redonda, las escondidas, la mancha venenosa, la rayuela… ¡Qué lejano le parecía todo!
Sentía cosas nuevas.
La niñez se estaba alejando.
Fijó la vista en la ventana.
Era un día de otoño…pero en su menudo cuerpo había primaveras.

La voz de su madre la sobresaltó.
- ¡Caro, te llama Julieta!
- ¡Feliz cumple, Caro! - dijo su amiga.
- ¡Gracias!
Ese día… comenzó a sentirse mujer.




Roberto O. Munyau
HECHO EL DEPÓSITO QUE INDICA LA LEY 11.723

martes, 25 de enero de 2011

VOLVER





VOLVER
Domingo, de madrugada.
Buenos Aires, San Telmo, tanguería.
Las tenues luces de la calle se hacen cómplices de la humedad, para dar lustre a los adoquines.
El espectáculo terminó.
El silencio le da paso a los acordes de una música entre chispeante y melancólica. Suena un bandoneón.
En el boliche sólo quedan las mesas, sobre ellas las sillas patas arriba, los espejos, el mostrador y una luz mortecina que apenas ilumina algunas fotos de Gardel.
Hasta el de la limpieza se fue.
En el escenario, un piano, el contrabajo y en un taburete, Julián con su “Doble A”.
La camisa y el pantalón negros, acentúan aún más su vejez y su cansancio.
Hoy se cumplen veinte años de su última mentira, pensó. Se había hecho amigo de la soledad, para hacer más soportable el abandono.

El día que ella se fue, estaba ensayando los compases de su tango preferido: “Recuerdo”. Se prometió a sí mismo, jamás volver a tocarlo. Pero esa noche, después del show y sin saber porqué, extrajo del estuche de su fuelle, un manojo de papeles amarillentos y los acomodó sobre el atril. “Recuerdo”, Tango, Pugliese, Partitura para bandoneón. Leyó en la primer hoja.

Afuera, con las primeras luces, Buenos Aires comienza a vestirse de gris. El silencio se bate en retirada ante los murmullos de la ciudad. En San Telmo, cerca del boliche, se oye una música muy leve mezclada con un taconeo femenino en la vereda.

Al abrirse la puerta del local, la luz del sol hiere a Julián. Alzando la cabeza,  entre las volutas de humo del pucho y a contraluz, ve recortada, la silueta de una mujer.
Deja de tocar… y una voz familiar, le susurra: ¿Me perdonás?


Roberto O. Munyau
HECHO EL DEPÓSITO QUE INDICA LA LEY 11.723