lunes, 29 de noviembre de 2010

VOLCÁN



Fue a Retiro y compró un pasaje para Mar del Plata. El ómnibus salía a las diez de la noche.
Más tarde entró en un restaurant cercano para cenar.
Preguntó al mozo qué le recomendaba y éste le sugirió pollo al champignon con papas noisette. Aceptó la sugerencia y además pidió una botella de tres cuartos de vino blanco bien helado. Como si esto fuera poco, de postre tomó un “don Pedro”. Total después duermo durante el viaje, pensó.
Hizo una prolongada sobremesa y cuando faltaban pocos minutos para la salida, se dirigió hacia la terminal.
Estaba en la fila para ascender al micro, cuando de pronto vio acercarse una exuberante morocha. Cabello lacio, largo hasta la cintura, pantalones ajustados, noventa y cinco, sesenta, noventa y cinco. Viajaba en el mismo autobús y para su sorpresa, resultó ser su compañera de viaje.
Una vez instalado en su butaca, intentó iniciar algún tema de conversación, pero la joven lo ignoró simulando que se preparaba para dormir.  Ante su fracaso optó por apoyar la cabeza en el respaldo y cerró los ojos.

¡Qué buena está esta mina!  Lástima que no me da bola. Pensó.

El suave ajetreo, el pollo al champignon, las papas noisette, el vino blanco y el don Pedro, no lograron erradicar de su mente la imagen de la muchacha. Imaginaba ambos cuerpos desnudos haciendo el amor desenfrenadamente, lamiendo esas formas voluptuosas, mordiendo sus labios carnosos, hundiendo la cara en los pechos enormes, firmes… y los gemidos… ¡ah! esos gemidos que lo hacían entrar en un paroxismo incontrolable, salvaje.
Notó que una mano tocaba con suavidad su rodilla izquierda y muy lentamente iba subiendo hasta la entrepierna. ¡Sólo el obelisco era comparable a esa erección!  Los postes de luz, el mástil de la bandera en el mirador del golf, el dedo índice de los políticos cuando dicen sus discursos, la posición de firmes de los granaderos, todo lo rígido y esbelto pasaba por su cabeza.  
Era un volcán a punto de estallar.
La erupción no se hizo esperar. Fue de tal magnitud que hasta mojó el asiento.
Comenzó a relajarse y extendió su brazo derecho apoyando la mano sobre los pechos.

Fue tal la cachetada, que sonó como una explosión en su oreja.

- Según la audiometría, el oído izquierdo está normal, pero el derecho tiene una pérdida de capacidad auditiva del setenta y cinco por ciento. ¿Qué le pasó? ¿Tuvo un accidente? - Dijo el otorrino.
- No, sólo el cachetazo de una mina.
- Flor de piña ¡¿eh?!
- Si… ¡pero me eché un polvazo!


Roberto O. Munyau
HECHO EL DEPÓSITO QUE INDICA LA LEY 11.723

NIÑO POBRE



Nació el ocho de julio de 1989, en una villa del Gran Buenos Aires.
Ese día, en el Congreso Nacional alguien, plagiando al poeta Antonio Esteban Agüero, decía: ¡Voy a gobernar para los niños pobres que tienen hambre y los niños ricos que tienen tristeza!

Su infancia fue como la de cualquier niño villero.
Los juguetes eran fabricados por él, con latitas que juntaba en el basural lindero al asentamiento. La escuela primaria, era una buena excusa para almorzar los días hábiles. No sonreía nunca. En eso se parecía a sus padres.
Una noche, cuando tenía seis años, lo despertaron los gritos de la madre, castigada a puñetazos por el papá alcoholizado. A partir de entonces, esta escena se hizo rutinaria. Sus ojos se opacaron.
Luego la calle, los amigos, la limosna. Parte de lo que ganaba mendigando era destinado al sustento familiar. El resto para comprar pegamento. Al principio fue sólo curiosidad. Después costumbre y más tarde necesidad.
A los nueve ya era un gran consumidor de paco. De ahí pasó al porro y del porro a la blanca. Fue cartonero, trapito, mendigo… y también delincuente.
Murió en un tiroteo.
Era la primavera del 2006.
Tenía diecisiete años.

Roberto O. Munyau
HECHO EL DEPÓSITO QUE INDICA LA LEY 11.723